La biodanza, según el modelo de Rolando Toro, se fundamenta en tres pilares esenciales. El primero es la vivencia, que se refiere a la experiencia intensa y profunda que se vive en el presente, conectando con las emociones y sensaciones corporales en el «aquí y ahora». Esta práctica busca una conexión genuina con las emociones, dejando de lado la reflexión intelectual para sumergirse en la experiencia directa.
El segundo pilar es la integración afectiva, que promueve la coherencia entre lo que una persona siente, piensa y hace. A través del movimiento y la expresión corporal, la biodanza facilita la conexión emocional y la expresión auténtica, favoreciendo el bienestar integral y las relaciones humanas.
Finalmente, el principio biocéntrico destaca el valor central de la vida. La biodanza pone en primer plano la conexión con la naturaleza y todas sus formas, buscando armonía y respeto por la vida misma. Este enfoque promueve una relación más equilibrada y consciente con el entorno, con uno mismo y con los demás.
En conjunto, la biodanza busca cultivar presencia, coherencia emocional y un respeto profundo por la vida en todas sus dimensiones.
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